Esta vez he tomado una aventura bastante más reciente: El tesoro de El Torreón Negro, de José Francisco Riera, aparecida en la revista Crítico nº 3 (verano 2014) y originalmente pensada para Aventuras en la Marca del Este. Los enemigos han sufrido las modificaciones necesarias para jugar con el sistema de El Reino de la Sombra y tanto el gancho como el final de la aventura están modificados y adaptados a las necesidades de nuestra campaña pero si quieres evitar spoilers, sintiéndolo mucho, no deberías terminar de leer esta entrada. Avisado quedas.
Dibujo de Joan Treze. Montaje de Sergio de la Cruz. |
La única pista medianamente sólida por el momento era la cercana villa de Árboltrueno así que la Compañía decidió salir esa misma tarde. Sabían que Gillis partiría al día siguiente (18 de Mirtul) y suponían que viajaría ligero, así que pensaron que sería preferible llevar media jornada de ventaja aunque perdieran la opción de seguirlo.
Por tanto, en una casa de postas alquilaron el caballo que necesitaban para poder cabalgar todos a un buen ritmo y partieron de Nuncainvierno sin más dilación. Decidieron seguir el camino anejo al río Nuncainvierno dejando éste a su izquierda. Pronto llegó la noche pero el grupo, acostumbrado ya a esta zona del continente, organizó con diligencia las guardias y transcurrió sin novedad.
Al día siguiente, cuando se encontraban ya a mitad de camino, el explorador avistó a lo lejos una pequeña patrulla que cabalgaba algo alejada del camino principal. Sopesaron si acercarse o no a estos viajeros pues supondría separarse ligeramente de la ruta preestablecida y no querían perder ni un segundo pero la curiosidad pudo más y terminaron dándoles alcance.
Se trataba de una patrulla de camino que se dirigía apresuradamente hacia Fuerte Helm, pues uno de los guardias estaba gravemente herido con un feo tajo en el estómago. Sin dudarlo un instante, Hagen, el paladín de Tyr, impuso sus manos sobre el herido, hecho que sin duda alguna le salvó la vida pues detuvo la hemorragia. Redis, como así se presentó, agradeció el gesto todo lo efusivamente que pudo y previno a los aventureros ante la idea de adentrarse en el bosque. La patrulla había sido atacada por salteadores trasgos que a buen seguro tendrían su guarida en el interior.
No obstante, la Compañía siguió su travesía hacia Árboltrueno y allí arribó algo después del mediodía. En las afueras de la villa se encontraba la Fonda, una enorme posada con algunas casas adosadas, una empalizada de protección, establos y un pequeño retén de guardia. Los aventureros entraron a hablar con algunos de los parroquianos para informarse acerca de ese misterioso Torreón Negro.
Allí pudieron saber que dicho torreón perteneció en su día a la Soga Escarlata, una cofradía de ladrones que hostigaba frecuentemente la posada y la villa aledaña, pero que fue despachada con ayuda de todo el pueblo años atrás. El bardo Khaled inquirió sobre algún anciano del lugar que pudiera dar más detalles acerca de esta historia o conocer quizás la ubicación del torreón pero nadie respondió en ese momento.
Sin embargo, cuando los aventureros ya se alejaban de la Fonda hacia en interior del pueblo, un joven muchacho deseoso de ganarse unas monedas les dio alcance y prometió llevarles a casa del maese Teodalbas, un mercader anciano que podría conocer la historia.
El viejo les recibió en una modesta casa, al principio bastante extrañado porque alguien viniera preguntando por antiguas historias, pero más solícito después cuando la Compañía compartió los detalles que ya había averiguado con él. Supieron entonces que su familia misma había sido víctima de uno de los robos de antaño, perdiendo en una incursión de la cofradía una joya familiar. Teodalbas les hizo entrega de un mapa de la zona y les adelantó un dinero a cuenta de que recuperaran dicha joya. Sin embargo, los aventureros se marcharon con la sensación de que no estaba contándoles todo lo que sabía.
En esta ocasión tenían clara una cosa: llegar cuanto antes al Torreón Negro así que se pusieron en marcha inmediatamente. Gracias a las labores de rastreo del explorador Zogrosh trazaron una buena ruta hacia su destino. Ya en el bosque, llegados a un riachuelo, vieron un enorme oso olisqueando un árbol. Para evitar este encuentro, que no haría más que retrasarles, decidieron dar un pequeño rodeo para que el oso no los detectara.
Cuando el día llegaba ya a su ocaso, avistaron por fin el torreón en un pequeño claro con signos evidentes de la antigua escaramuza que allí había tenido lugar. El Torreón Negro, una edificación de piedra negra de al menos dieciocho metros de altura cuya entrada parecía ser un portón destrozado.
Guldaug y Zogrosh se adelantaron al grupo unos pasos pues unos ruidos parecían provenir del interior. Con extremo cuidado, el semidrow aguzó el oído y se acercó a los portones de goznes desencajados con tan mala suerte que dio un golpe fortuito. De repente, el ruido cesó. De un salto ágil atravesó la abertura que dejaban las puertas y justo en ese momento fue alcanzado por una pequeña piedra que algo o alguien lazaba desde el interior.
Rápidamente los compañeros corrieron hacia dentro y descubrieron allí un pequeño grupo de cuatro kobolds (dos de ellos equipados con hondas) que preparaban la cena cuando fueron interrumpidos por los aventureros. Se llevaron alguna pedrada más pero, como podéis suponer, no fueron rival para la Compañía de la Perla Negra.
El corredor daba paso a cuatro habitaciones, dos a cada lado. En primer lugar pasaron por la cocina, con un penetrante y fuerte olor a putrefacción. Tras un vistazo a la estancia, decidieron apropiarse de los tarros que contenían especias aún en buen estado. Seguidamente, abrieron otra puerta que daba al comedor, cuya parte central quedaba presidida por una gran mesa sobre la que armaban jaleo tres goblins armados con garrotes. Tres o cuatro golpes después, no olviden lectores a Groj - alias la máquina de picar carne - ya no quedaba nada de ellos y pudieron emplear unos instantes en rapiñar la cubertería de plata.
A continuación pasaron a lo que debía ser una armería. Varias pieles y piezas de metal esparcidas por el suelo y cubiertas de polvo dejaban patente que hacía muchos años que el torreón no se utilizaba para su uso principal. De toda la montonera consiguieron encontrar algún objeto en aparente buen estado: un justillo de cuero, una daga y diez saetas de ballesta.
Después de esto, accedieron a un almacén. Un grupo de hongos crecía entre restos de alimentos y una familia de ratas escapó rauda cuando los aventureros comenzaron a fisgar por la habitación. Tras la esquina noreste se encontraban las escaleras de ascenso al siguiente nivel pero algo llamó la atención de los compañeros a la izquierda antes de subir: otras escaleras que descendían a lo que parecía ser un sótano.
En principio pensaron en volver más tarde pero una luz titilaba desde abajo y el hecho de dejar zonas sin explorar a la espalda de una comitiva nunca ha sido buena idea, ¿verdad? Guldaug se ofreció a bajar en primer lugar confiando su suerte a su sigilo. Unos pocos peldaños más abajo contempló una mazmorra con un joven de cabellos rubios apresado y cinco hobgoblins que se mofaban tocando su laúd y produciendo unos horribles sonidos.
El semidrow dio unos pasos atrás y explicó mediante gestos lo que había visto a sus compañeros, que estuvieron unos cuantos segundos dilucidando cuál era la mejor manera de enfrentarse a este desafío: si esperando arriba para atacarlos por el cuello de botella que provocarían las escaleras o bajar "a sangre y fuego". Al final optaron por un término medio, llevando de avanzadilla a Guldaug otra vez.
El asesino descendió nuevamente con pies silenciosos hasta una posición ventajosa tras uno de los hobgoblins y estudió su vestimenta para encontrar el mejor lugar donde golpear. Éste se giró un instante antes de recibir el impacto de la espada pero demasiado tarde como para detenerlo. La sangría fue brutal. A continuación fueron entrando Hagen y Groj, mientras que Khaled y Zogrosh prefirieron quedarse en una segunda línea y disparar con sus armas a distancia.
El combate fue duro, de hecho más de uno de nuestros protagonistas recibió buenos tajos de las espadas bastardas de los hobgoblins pero finalmente consiguieron derrotarlos. Aunque después recibieron una reprimenda del bardo, que seguía pensando que la estrategia con la que se había afrontado el combate no estaba en absoluto exenta de riesgos. [¿Tendría razón? Pronto lo sabremos...]
El joven liberado les dio las gracias y contó su pequeña historia: de nombre Alwin Rudiger, un bardo itinerante de la zona, se encontraba en el bosque con su amigo Brotor Brumnaheim buscando evidencias de las historias sobre fantasmas, cuando fue aprisionado por estos hobgoblins, a buen seguro la banda que estaba sembrando el pánico entre los mercaderes de la zona. Su amigo aún estaba desaparecido, así que les regaló dos pociones de curación y un pergamino antes de darse la vuelta y que su silueta desapareciera unos cuantos pasos después.
Bien, ahora ya podían explorar el resto del Torreón Negro...
No hay comentarios:
Publicar un comentario