Ah, un grupo de jóvenes deseosos de escuchar aventuras de tiempos pasados. Sentaos, sentaos a mi mesa. Dejad que el viejo Khaled, quien fuera llamado ‘La voz del desierto’ y ‘El cantar de Calimshan’, os narre algunas de las gloriosas aventuras que vivió en su juventud con sus compañeros de la ilustre y sin par Compañía de la Perla, cuando nosotros éramos tan briosos como sois vosotros ahora. Hoy os contaré cómo nos deshicimos de la banda de malhechores que infestaba el Torreón Negro.
Tras unas aventuras que dejé escritas en algún pergamino de los que se encuentran en mis aposentos y que os puedo prestar si sentís curiosidad, la Compañía salió de Nuncainvierno con destino a Árboltrueno. Debíamos llegar al Torreón Negro antes de que lo hicieran los misteriosos hombres a los que Guldauj el semidrow había escuchado diciendo que ya no les hacía falta el ‘hombre del bosque’. Espoleamos a nuestros caballos para no perder tiempo, y nos dirigimos hacia el Este siguiendo el camino del río. Durante nuestro trayecto divisamos a unas figuras a lo lejos, y nos acercamos movidos por la curiosidad. Cuando ya quedaba poco para alcanzarles nos percatamos de que eran guardias y que uno de ellos estaba gravemente herido. El paladín Hagen rápidamente pidió el favor de Tyr e impuso sus manos sobre el desafortunado guardia, consiguiendo cerrar sus heridas y estabilizándole. Los hombres nos hablaron de grupos de goblins y kobolds que se encontraban por el bosque, y de cómo habían sido atacados mientras patrullaban, pero no pudimos dilatar mucho nuestra cháchara, ya que el herido aún precisaba reposo y atención en algún lugar mejor que aquella intemperie.
Al poco llegamos hasta Árboltrueno, con su fonda siempre dispuesta a recibir a los cansados viajeros. Allí hablamos con los lugareños, y alguna moneda bien gastada nos ganó el favor de un muchacho que nos condujo hasta el anciano Teodalbas. Los rumores decían que en el viejo Torreón Negro, no lejos del asentamiento, habían montado su guarida unos ladrones y asaltantes muchos años atrás, y quizá la gente de más edad nos pudiera ayudar. Teodalbas nos acogió en su casa, no sin pocos recelos, pero la elocuencia de éste que os habla consiguió convencerle de que éramos gente de bien, dispuesta a ayudar. Y nuestra ayuda fue precisamente lo que solicitó, para recuperar una antigua reliquia familiar, una joya rojiza, que seguramente estuviera en el Torreón Negro. A cambio de una pequeña recompensa (Hagen, aun siendo un paladín, era buen amigo del dinero, así como Groj, nuestro brazo armado, y Guldaug, siempre escaso de efectivo) nos pusimos en camino y la pericia rastreadora de Zogrosh el explorador nos llevó hasta el lugar cuando el sol derramaba los últimos rayos de aquel 18 de Mirtul.
No había tiempo que perder, así que decidimos entrar en aquella construcción semiderruida. Guldaug intentó un acercamiento sigiloso, pero una maldita rama poco visible en la oscuridad creciente hizo que los moradores de la planta baja nos descubrieran y lanzaran una lluvia de cantos sobre nosotros. Entramos entonces en tromba y tras una pequeña escaramuza derrotamos a los kobolds que nos habían atacado. Exploramos las habitaciones, pero encontramos poco más que un simple bote de especias. Al fondo del pasillo vimos unas escaleras que bajaban a lo que podría ser un sótano. Guldaug bajó en sigilo, esta vez sí, y nos informó de que cinco hobgoblins tenían preso a un joven. La sangre joven y bullente de mis compañeros y la falta de experiencia les hacía irreflexivos, así que desoyeron los consejos para trazar un plan algo elaborado y aprovechar la ventaja que nos daban las estrechas escaleras. En cambio, prefirieron entrar con las armas desenvainadas y atacar directamente a los captores. La batalla tuvo su dosis de épica, no puede negarse. Las flechas de Zogrosh debilitaban a los oponentes, los ataques de Guldaug, aunque no eran los más potentes, buscaban los puntos débiles de los enemigos, mientras que la espada de Hagen y el martillo de Groj acababan con ellos. Un combate épico, ya digo, pero que dejó heridas que tornaron en cicatrices que aún mostramos con orgullo. Conseguimos liberar al joven Alwin, que resultó ser un bardo también. Nos contó la historia de su captura y, antes de que nos diéramos cuenta, había desaparecido.
Seguimos explorando la torre. Volvimos a la planta baja y ascendimos hasta el primer piso. Allí había un pasillo con ocho puertas, cuatro a cada lado. Con todo el sigilo de que éramos capaces, Zogrosh iba escuchando tras cada puerta y yo intentaba abrirlas con cuidado. En la primera habitación poco encontramos, pero en la segunda nos esperaba un osgo, con su apariencia feral y blandiendo una fea maza y un escudo. Entablamos combate con él, hasta que Groj, como de costumbre, le aplastó la cabeza con su martillo. Tanto esfuerzo para no hallar más que cinco monedas de cobre…
Seguimos abriendo puertas y tropezamos con cuatro kobolds como los que nos habían recibido en la entrada del torreón. Volvimos a empuñar las armas y nos dispusimos al ataque. Mis flechas se unían a los ataques de mis compañeros, aunque una de las de Guldaug erró su blanco para herir gravemente a Groj, que quedó bastante tocado. Mientras la pelea continuaba y mi primera flecha volaba hacia un enemigo, vi cómo aparecía Gillis, subalterno de Denel, uno de los hijos de Feodol Batharda, y mago para más señas. Su entrada en escena implicó un hechizo de sueño del que conseguí librarme por poco, pero que derrotó al semidrow. El combate se ponía interesante. Los espadazos se sucedían dentro de la habitación, y Gillis intentó lanzar otro hechizo contra Groj, pero sin efecto. El bárbaro hacía volar su martillo como si fuera un torbellino, derribando enemigos. La espada de Hagen hacía lo propio, hiriendo también al mago. Zogrosh mantenía su particular combate contra un kobold que se encontraba incapacitado, pero que seguía luchando hasta el último aliento. Al final conseguí derribar al mago lanzándome contra él, momento que aprovechó para intentar debilitarme con otro de sus hechizos. Mas la buena diosa Sharess, la Dama Danzante, debía de estar velando por mí, ya que conseguí librarme. Con el mago en el suelo no resultó difícil a mis compañeros acabar con él, pero la alegría nos duró poco. Un par de hobgoblins aparecieron de una de las habitaciones al final del pasillo, listos para atacarnos. Yo me acerqué a intentar despertar a Guldaug, mientras Groj acababa con un par de kobolds y quedaba patente que Zogrosh no era capaz de hacerse con el manejo de la espada bastarda que había tomado prestada de uno de los enemigos caídos, ya que su kobold resistía. El combate era encarnizado. Hagen hacía temblar a los enemigos con su espada, mientras el martillo de Groj les machacaba sin piedad, Guldaug se colocaba a sus espaldas para apuñalarles y mis canciones les aturdían. Desafortunadamente, los enemigos no cedían y Groj acabó cayendo malherido e inconsciente. Ver a nuestro camarada en el suelo hizo que nuestra furia se desbocara y acabamos sometiendo a ambos hobgoblins. Incluso Zogrosh mató a su kobold. Del cadáver del mago Gillis recuperamos un sello que no pudimos reconocer, pero que quizá nos sería útil más adelante.
Hagen impuso las manos sobre Groj para que al menos recuperara la consciencia y terminamos de explorar la zona. Encontramos un cofre con una hermosa letra ‘T’ grabada, y que relacionamos con Teodalbas. Lo intenté abrir, con la mala fortuna de disparar la trampa de gas que contenía. Por suerte Guldaug fue más hábil y vislumbramos las joyas que había en su interior, junto con un frasco de una sustancia lechosa. En otra habitación un grupo de kobolds totalmente aterrorizados huyó ante nuestra vista, y Hagen les conminó a marcharse si no querían correr la misma suerte que el resto de sus camaradas. Otro cofre puso en evidencia las habilidades del semidrow, y esta vez fui yo el que consiguió desactivar su trampa, para encontrar una piedra de jade y una espada de muy buena factura con una inscripción que sólo Guldaug pudo leer y que rezaba ‘Sisea’.
Viendo que no había mucho más en esta planta, tomamos las escaleras que conducían a la superior, y nos encontramos en una terraza almenada con una pequeña estancia de unos nueve metros de lado y con un palomar en su cima. Entramos en ella para descubrir a un anciano atado y amordazado. Al acercarnos vimos que era el druida Terisin, pero curiosamente él no nos reconocía a nosotros. Nos contó que llevaba cerca de dos decanas allí prisionero, lo que nos llamó poderosamente la atención, pues habíamos hablado con él sólo unos días antes en la cabaña del cazador Tolk. Algo empezaba a oler muy mal en este asunto. Parecía ser que dos magos, uno más poderoso que el otro, le habían tomado prisionero y le habían robado el tesoro del viejo Feodol, y que coincidía con el primer cofre que habíamos encontrado. Así que la ‘T’ era de Terisin… Eso nos dejaba aún la duda de qué había pasado con la reliquia de Teodalbas. Por suerte, revisando el palomar el ojo atento de Zogrosh descubrió un hueco en el muro que contenía la preciada joya.
Decidimos partir de nuevo hacia Árboltrueno y curar allí nuestras heridas antes de dirigirnos a Nuncainvierno para resolver el misterio que envolvía a la herencia del viejo Batharda…
Pero eso, mis queridos jóvenes, quedará para otra historia. Mis huesos viejos y cansados me piden que me retire a mis aposentos. Volved aquí otra noche y os contaré cómo sigue nuestra aventura.
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